miércoles, 5 de octubre de 2011

Fui yo quien se entregó.


Noto una extraña presencia a mis espaldas,
En esta remota y solitaria callejuela.
Me vuelvo bruscamente,
Una fría mano aprisiona mi hombro…
Un joven de belleza extraordinaria,
Está plantado;  en medio de la acera,
Observándome…
No tengo tiempo de reaccionar,
No se preocupa  ni de hablar.
En un ágil gesto,
Se ha posicionado tan cerca de mi ,
Que logro notar su aliento.
Y sin esperarlo,
Me ha besado.
No he podido evitarlo,
Mi cuerpo se ha dejado.
Aquel joven de mirada refulgente,
Mi corazón se había ganado.
Pero en un abrir y cerrar de ojos,
Se había transformado.
Ha soltado mi cuello,
Y sus labios despegado.
Los míos, ahora sienten soledad.
Añoran su cálida compañía…

¡Oh!
¿Qué ha pasado?
¿Dónde se ha metido?
Me giro,
Y allí lo encuentro,
En un callejón,
Sumido en la penumbra,
Desaparecido en la oscuridad.
¿Pero por qué te has ido,
Desconocido mío?

A partir de aquí,
No recuerdo con nitidez lo que ha pasado.
Logro recuperar unas cuantas imágenes diluidas.
Aquel extraño y atractivo personaje,
Acercándose a mi, con una brusquedad incomparable,
Saca un objeto puntiagudo y resplandeciente,
De su tupido abrigo.
Y en pocos segundos,
a mi lado se ha posicionado…

Siento que jamás volveré a ver,
No me interesa lo que digan los expertos.
Yo soy la experta de mi cuerpo.
Y sé interpretar sus señales.

Maldito día,
En el que dejé, a aquel extraño,
 Saborear mis labios.
Pues junto a la pasión,
Se ha llevado mi visión.
Fui yo quien se  entregó…

No hay comentarios:

Publicar un comentario