Si, puede que
de noche salgan los monstruos que pueblan el mundo. Mejor dicho, el inframundo.
Como un circo de los horrores, en el que tan solo hay infinitas variedades de
engendros.
Pero, al fin
y al cabo, es necesario. El mal, es tan
imprescindible, como lo es el bien. Si uno deja de existir, su opuesto se
desvanece, cae en el olvido, permanece en la inxeistencia.
Es más, el ser
humano por naturaleza, se siente atraído por el mal, por lo escabroso. Nos
fascina el morbo del lado oscuro y
somos propensos a él.
La clave reside
en el autocontrol, en no pasar la línea divisoria, la línea que marca el punto
límite.
No es más que
una, como muchas otras maneras distintas de ver y vivir la vida.
Al fin y al
cabo, forma parte de nuestro mundo.
La cara “menos
bonita” de la vida, la que todos adoramos en silencio. La cara que, pretendemos
ocultar, inútilmente, puesto que forma parte de nosotros, de nuestro ser, de
nuestra personalidad. Para qué negar lo evidente? Es mejor aceptarlo,
aceptarnos tal y como somos, el ying y el yang.
Soy un engendro, un mutante. ¡Aceptadlo! ¡Todos somos deformes, todos somos anómalos!
Pues que es lo normal? Yo os lo diré:
Nada! No existe la normalidad, es un concepto surrealista, abstracto… No hay nada perfecto, ni nunca lo habrá, y eso es algo, que debemos aceptar.
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